Una vez que el combustible está en la célula, necesita ser preparado para su conversión en energía celular. En el motor de un coche, el pistón comprime la mezcla de aire y combustible para prepararla para la ignición. En la célula, la glucosa se descompone en moléculas más pequeñas. Y, al igual que la bujía enciende el combustible comprimido para arrancar el motor, una pequeña chispa de energía de ATP inicia la cadena de reacciones que conducirá a la creación de energía de ATP.

Los motores que impulsan la célula son las mitocondrias dentro de ellas. Dentro de cada célula muscular, miles de motores mitocondriales convierten el combustible procesado en energía pura de rendimiento que los músculos pueden utilizar. Estos motores pueden parecer burbujas, pero en realidad son bestias sobrealimentadas con V16 y cuádruple turbo, generando pura energía de rendimiento a varios miles de RPM. El combustible procesado fluye a través de la membrana interna de las mitocondrias como la gasolina que entra en un cilindro, donde se divide en flujos de electrones y protones.

Esta energía de ATP fluye hacia la fibra muscular para impulsar sus contracciones. Cuando un músculo se contrae, el ATP se descompone, liberando energía, que luego se utiliza para impulsar el movimiento del músculo. Al igual que otros procesos vitales, como el sistema cardiovascular, nuestra aptitud celular afecta nuestro rendimiento, especialmente en lo que respecta al ejercicio de resistencia. Cuanto más intenso sea el ejercicio y más tiempo duremos, más ATP se necesita, y más arduamente deben trabajar los motores mitocondriales para mantenerse al día con la demanda.